Debutó el 2011 bajo la mirada atenta de los políticos al calendario electoral. Año clave para la república. Argentina guarda en su haber logros y fracasos desde su nacimiento. En el siglo XlX decidió, luego de vivir la paradoja de liberar pueblos hermanos y en su territorio matarse entre hermanos; forjar un sistema de unidad nacional. Unidad siempre supeditada a los caprichos bonaerenses, pero unidad al fin. El diagrama de la red ferroviaria, criticada por muchos, dio un sentido a ese proyecto de país. Y ya por entonces las economías regionales empezaron a mostrar sus bondades, no sólo por su potencialidad a la hora del comercio exterior; sino por el desarrollo que lograron las regiones provocando el asentamiento de su gente, y por ende una distribución geográfica más equitativa. El siglo XX trajo buenas nuevas con la ley Sáenz Peña. Se afianzaron los partidos políticos nacionales y populares. Educación y trabajo se convirtieron en derechos indiscutibles. Argentina ostentaba en el vecindario su formación académica, su prosperidad fruto de la cultura del trabajo; y esa visibilidad estaba en la clase media. Argentina era una extensa clase media con ganas de superación. Argentina era sinónimo de premios nóbeles, de ciencia y tecnología. De real distribución del ingreso, por ende justicia social. Pero llegaron los sucesivos golpes militares, y con ellos, políticas sociales y económicas destinadas a dar por tierra los logros antes mencionados. Así se destruyó al trabajador que reclamaba, al estudiante que proclamaba, al científico que pensaba. La masacre fue total. Y otra vez el desguace de los grandes avances, la sangre manchando a todas las familias, la inequidad, el retroceso y la corrupción. Finalizando el siglo volvió la democracia y todo por reconstruir. Hubo políticos con políticas honestas… pero no alcanzó. El deterioro fue brutal, porque horadó lo principal: la educación. La educación inicial que imparte la familia. Su desmembramiento alejó a varias generaciones del tuteo cotidiano con el aprendizaje de los valores fundantes. Y la escuela pública también sufrió por el desacierto de quienes condujeron su política. Así comenzó el aglutinamiento humano en las grandes ciudades, porque se abandonó a las economías regionales, y con ello se hizo abandono de las personas. Se destruyeron las grandes empresas, se mandó a nuestros científicos a lavar platos. Los partidos políticos se llenaron de militantes a “conchabo”.
Así amanecimos al siglo XXI, casi de la peor manera, acorralados en “corralitos” no sólo financieros, sino de la esperanza, del futuro de un país integrado. Los corralitos exteriorizaron los muros que la política sembró como muestra palmaria de su ineficiencia. Pese a todo la democracia perduró. Este logro debe escribirse con mayúsculas. El siglo que debiese haber estado signado por el avance de mano de la tecnología, mostró en Argentina su peor cara: el avance de la pobreza y la política de la exclusión.
Los últimos días de la primera década del siglo XXI, patentizaron esta realidad en el escenario mayor de la república. El último censo indica que el 80% de la población vive en menos del 1% del territorio nacional, en una superficie equivalente a la provincia de Tucumán. Este solo dato acoge en sí una definición y un desafío. La definición es el fracaso total de las políticas, porque muestra el abandono de la planificación. Esto no es obra ni responsabilidad sólo del gobierno actual. Esto es obra y responsabilidad de los distintos gobiernos que llegaron a ocupar la primera magistratura sin tener cabal conciencia de la tarea a realizar. El gran desafío que encierra este dato es sencillamente revertirlo. Argentina es un país hacinado en un micro espacio y abandonado a lo largo y ancho de su territorio. Se reclaman viviendas. Se reclama trabajo. Esto no se puede dar ni el Gran Buenos Aires, ni el Gran Rosario. Esto debe ser parte de una planificación de país, hoy ausente. Las economías regionales deben volver a ser el centro de atracción de la planificación estratégica.
Se observa al oficialismo debatiéndose por la continuidad de la Presidenta en los próximos cuatro años. Y a las oposiciones, desguazándose entre sí. Y en el mejor de los casos interesándose por lo desproporcionado de la pauta oficial. Si esto es así, la política no está entendiendo lo que la realidad demanda. Lo desproporcionado y que debiese ocupar el tiempo de todos los políticos es el dato antes mencionado, que además de lo dicho, demuestra que hay una Argentina por hacer. . Recuperarla con vida a lo largo y ancho de su territorio, implica no sólo dar batalla a la pobreza y exclusión sino a la inseguridad, al desempleo. La sociedad también debe despertar porque no son obra de la casualidad los sucesivos padecimientos que tienen distintas caras, los más recientes: cortes de luz, falta de billetes, los piquetes, las tomas, los boqueteros… Al mejor estilo Copani: Argentina sigue atada con alambre…